Wajima, urushi y resiliencia: el territorio real detrás del kintsugi (y por qué importa conocerlo)

20 de diciembre de 2025

Hay algo que intento recalcar siempre en clase: el urushi no es un material que “aparece en un bote”. El urushi tiene territorio. Tiene clima. Tiene árboles. Tiene cosecha. Tiene manos. Tiene talleres. Y, como cualquier oficio vivo, tiene también fragilidad.

Por eso me parece importante dedicar un artículo completo a un lugar que, para quien ama la laca japonesa, no es un nombre decorativo: Wajima, en la península de Noto (prefectura de Ishikawa). Allí se desarrolló una tradición de lacado reconocida por su calidad y su método: el Wajima-nuri.

Este artículo no es para “hacer turismo cultural” desde el teclado. Es para que quien viene a un taller de kintsugi entienda algo fundamental: cuando trabajamos con urushi, entramos (aunque sea desde lejos) en una cadena artesanal muy concreta.

¿Por qué Wajima es tan importante en la cultura del urushi?

Wajima-nuri no es solo “laca bonita”. Es un sistema técnico refinado, conocido por:

  • su durabilidad,
  • sus capas estructurales,
  • el cuidado en la preparación,
  • y la consistencia del acabado.

En términos sencillos: Wajima se convirtió en un referente porque su lacado estaba pensado para durar, para resistir el uso, para convivir con la vida diaria sin volverse frágil.

Esto conecta de forma natural con el espíritu del kintsugi, porque el kintsugi tradicional tampoco es un “maquillaje”: es una reparación que busca continuidad y resistencia.

Lo que un blog de kintsugi debería explicar (y casi nunca se explica)

En redes sociales se habla mucho de “oro”, pero poco de lo que realmente sostiene el proceso: preparación, bases, capas, control de ambiente.

La cultura del urushi ha desarrollado durante siglos técnicas de:

  • preparación de superficies,
  • creación de bases estables,
  • control de curado,
  • pulido y nivelación,
  • acabado final con resistencia.

Todo esto existe antes del “oro”. El oro, en realidad, llega cuando la estructura ya está bien construida.

Por eso, conocer lugares como Wajima no es “dato curioso”: es poner el foco en lo que sostiene el oficio.

Urushi como ecosistema, no como producto

Esto lo digo con una imagen muy simple: si alguien compra harina, no piensa en el trigo. Pero si alguien empieza a hacer pan de verdad, tarde o temprano quiere entender:

  • qué harina tiene,
  • de dónde viene,
  • cómo se comporta,
  • qué clima la favorece,
  • y por qué unas harinas no sirven para lo mismo que otras.

Con el urushi pasa igual. Mientras uno lo usa como “barniz”, no hace falta saber mucho. Pero cuando lo usa como base de un proceso tradicional, entender el ecosistema se vuelve parte del aprendizaje.

Y esto, además, cambia el respeto con el que se trabaja: porque ya no es “un material japonés”, sino una cadena artesanal real.

El terremoto de Noto (1 de enero de 2024): cuando el oficio se rompe

Aquí llega una parte inevitablemente seria. El 1 de enero de 2024, el gran terremoto de la península de Noto afectó de forma importante a la zona. La región, incluyendo Wajima, sufrió daños severos: viviendas, infraestructuras y también talleres.

¿Por qué incluyo esto en un blog de kintsugi? Porque el kintsugi se ha convertido en una metáfora fácil, y eso a veces le quita verdad. Hablar de Noto no es “poner dramatismo”. Es recordar que detrás de una tradición artesanal hay personas y lugares que pueden sufrir fracturas reales.

En un sentido casi literal, el territorio del urushi vivió una rotura.

Resiliencia no como eslogan, sino como trabajo

La palabra “resiliencia” se usa mucho, a veces demasiado. En artesanía, la resiliencia no es una frase: es logística, es volver a montar un taller, es recuperar herramientas, es conseguir materiales, es reconstruir rutinas.

Cuando en un taller hablamos de “reparar”, conviene que no lo hagamos solo en el plano emocional. Reparar tiene una dimensión material y colectiva. Y la tradición del urushi, como tantas otras, depende de que existan condiciones para que los artesanos puedan seguir trabajando.

¿Qué aporta esto al alumnado de kintsugi?

Aporta tres cosas muy concretas:

1) Pone el foco en lo esencial: el proceso

El alumnado entiende que el kintsugi no es “hacer una línea de oro”. Es construir una reparación sólida, por capas, con tiempos y control.

2) Introduce respeto cultural sin folclore

No se trata de idealizar Japón ni de convertirlo en una postal. Se trata de entender que el material tiene contexto y que ese contexto importa.

3) Enseña a mirar el oficio como algo vivo

Una tradición no es un museo: es gente trabajando hoy. Y si desaparecen las condiciones, desaparece el oficio.

Una propuesta para el blog: conectar Wajima con lo que hacemos en el taller

Este punto puede ser muy bonito si lo llevas a lo práctico, sin sentimentalismo:

  • En el taller, cuando hablamos del muro y del curado, no es un capricho técnico: es la forma en la que el urushi se vuelve fiable.
  • Cuando insistimos en capas finas, no es perfeccionismo: es cómo se construye durabilidad.
  • Cuando ralentizamos el ritmo, no es “hacerlo difícil”: es trabajar con un material que tiene su propio tiempo.

Al final, esto hace que el alumnado no solo “aprenda kintsugi”, sino que lo entienda desde dentro.

Cierre: reparar también es cuidar el origen

Hay algo que a mí me gusta dejar como idea final: en kintsugi, reparar no es solo arreglar una pieza. Es cuidar una manera de mirar los objetos.

Y cuidar esa mirada también implica recordar que el urushi viene de un territorio, de árboles, de manos, de talleres. Lugares como Wajima no son un adorno cultural: son parte de la raíz.

Cuando el alumnado capta esto, el kintsugi deja de ser una moda. Se vuelve oficio.