Historia del kintsugi: entre la leyenda, el chanoyu y la práctica real

20 de diciembre de 2025

La historia del kintsugi suele contarse como una leyenda bonita. Y como toda leyenda, tiene algo de verdad y mucho de simplificación.

Se suele hablar del shōgun Ashikaga Yoshimasa y de una taza reparada con grapas metálicas chinas que le resultó tan fea que pidió una alternativa japonesa. A partir de ahí, nace el kintsugi.

¿Ocurrió exactamente así? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que la reparación visible se volvió significativa en Japón en un contexto muy concreto.

El mundo del té

El chanoyu, la ceremonia del té, no valora los objetos nuevos, sino los objetos usados, repetidos, conocidos. Un cuenco de té no es una pieza de vitrina: es algo que pasa de mano en mano.

En ese contexto, una rotura no invalida el objeto. Lo transforma. Repararlo no es esconder el daño, sino integrarlo en su historia.

Reparar como continuidad

En Japón, durante siglos, reparar era una necesidad cotidiana. El kintsugi no nace como arte, sino como solución técnica refinada. Que hoy lo veamos como algo filosófico dice más de nuestra mirada actual que de su origen.

Kintsugi y kintsukuroi

Ambos términos se usan a menudo como sinónimos. Kintsugi significa literalmente “unir con oro”; kintsukuroi, “reparar con oro”. En la práctica contemporánea se usan indistintamente, aunque históricamente el lenguaje era menos rígido.

Lo importante no es el mito

Contar bien la historia del kintsugi no es repetir una anécdota, sino entender por qué una cultura decide no ocultar la rotura. Y esa respuesta no está en una frase bonita, sino en una forma de vivir los objetos.